EMILIA FERREIRA: EL SUPERPODER DE MATERNAR
Por: Gay Walley y Sarah Gore Reeves
"No hay niño sin madre". Esta frase no se refiere únicamente al nacimiento, sino a cómo la madre le da vida al niño para siempre. Es esa conexión con la madre, y con lo materno que vive dentro de todos, lo que hace crecer a un niño.
Conocí a Emilia hace años haciendo cine. Ella y yo hicimos nuestra primera película juntas, yo era la guionista y ella la directora. Después de la película nos distanciamos, solo supe que había tenido hijos y que ahora vivía en Ciudad de México. Hace poco recibí un mensaje suyo: "Estoy en Nueva York. Tomemos un café, quiero contarte una historia". He aquí sólo una pequeña parte de lo que me contó en esa reunión.
Emilia, embarazada de 5 meses, vivía en una remota granja en Costa Rica cuando empezó a sangrar profusamente. Su esposo estaba de viaje de negocios en Estados Unidos, y ella sabía que algo estaba mal. Cuando llegó al hospital, el médico habló con ella. "Estás a punto de dar a luz. Pero necesitas una incubadora para este bebé. No puedo atender el parto. Tienes que ir al hospital público, aguanta a ese bebé todo lo que puedas”, le dijo.
El médico llamó a una ambulancia mientras Emilia seguía sangrando peligrosamente y pensando que tanto ella como el bebé podrían morir. Su marido conducía frenéticamente en Colorado para conseguir un vuelo. Se entregó al destino y acabó, fuera de sí, en el pasillo de este hospital. La enviaron a la Habitación 4 - Alto Risco.
La habitación 4 era como un bloque de celdas de mujeres que tenían que permanecer inmóviles, aferrándose a sus bebés todo el tiempo que pudieran. Emilia pasó 11 días con estas mujeres. En este lugar no había jerarquías, sólo humor negro y compartir teléfonos, consejos y libros para usarlos como abanicos. Se burlaban de las enfermeras, y bromeaban con la trabajadora social. "Por favor, regale a este niño", le decían. Eran futuras madres en crisis maternándose unas a otras.
Allí, Emilia contrajo una infección y, confiando en lo que sentía su cuerpo, exigió: "Háganme una ecografía". Una joven doctora la escuchó y aceptó. "Vamos a inducirte, para que el bebé no contraiga la infección", le dijo a Emilia. Durante el parto, 15 personas observaron cómo Ona nació fácilmente. Todo iba bien, pero era muy pequeña, pesaba poco más de un kilo. Unos gramos menos y no sobreviviría.
Cuando Emilia se recuperó fue a visitar a su hija a una sala llena de incubadoras. A diferencia de Ona, recibió el alta hospitalaria rápidamente, pero seguía visitando el hospital todos los días, de siete de la mañana a siete de la tarde. Lo único que les importaba a todas las madres allí era que cada bebé ganara gramos para sobrevivir. Se sacaban leche juntas, visitaban y arrullaban a sus propios bebés y a los de las demás, se proporcionaban pañales, leche y todo lo que fuera necesario. Cuando moría un bebé, todas lloraban como si fuera el propio.
Cada mañana estaba llena de miedo. ¿Qué había pasado por la noche? Cuando una madre rechazó a su bebé, fueron las otras madres las que visitaron a este niño abandonado, las que le dieron cariño para decirle: "Vamos. Tú puedes hacerlo. Puedes sobrevivir". Los bebés prematuros crecen de forma diferente. Lo que necesitan es el contacto piel con piel. Crecen. Despacio, pero crecen.
Después de sesenta interminables días, Ona empezó a desarrollarse y le dijeron a su madre que podía llevarla a casa. El médico, sorprendido, llamó a Emilia.
—¿Qué hiciste?
—Ona y yo estábamos listas…
—Pero no pude despedirme de ella.
Esto, Emilia se dio cuenta, es el mundo de las madres. Todas las madres y los médicos querían a cada niño como si fuera suyo.
Cuando Ona volvió a casa, creció sana, feliz e inteligente. Sin embargo, un año después, a Emilia le dijeron que no había llegado suficiente sangre a la corteza motora de su hija dentro del cerebro, Ona nunca caminaría.
Emilia decidió tomar las cosas en sus propias manos. Empezó a estudiar neurociencia y obtuvo una maestría para ayudar a su hija. Aprendió a alimentar el cerebro de Ona para que no conociera el miedo y que pudiera establecer conexiones sin trabas, utilizó la ciencia y cualquier otro método para influir positivamente en el cerebro de su hija.
Emilia me envió recientemente un vídeo de Ona en unas vacaciones familiares. ¿Qué vi? A Ona, con cinco años, caminando con confianza por el campo.