ENTRE AMORES Y SOLEDADES: EL UNIVERSO DE WONG KAR WAI
Por: René Villaseñor García
Imágenes: cortesía del artista
“Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados” escribía Márquez en el íncipit de Amor en los Tiempos del Cólera. Y es que esta frase es un lema universal; un sentimiento colectivo que abunda desde los rincones más profundos de Cartagena de Indias hasta la última calle del mundo en Hong Kong.
Bajo la luz de un faro a media noche, en la cabina de un teléfono estacionario y cubierto por la humareda de un cigarro; Tony Leung clamaba un último adiós a un amor de antes, un deseo imposible que mueve cada fibra dentro de la memoria de alguien, al otro lado de la línea, no hay respuesta; un invisible Leslie Cheung se ausentaba a la despedida de su amor más grande. Éstas son las imágenes recurrentes del cine de Wong Kar Wai, fantasmas de historias abandonadas al olvido pero siempre recordadas por las sinuosas calles de Hong Kong. El devenir de estas relaciones es de imposibilidad, por tiempo, nocividad, alcance, pero nunca por falta de amor.
El director nacido en Shanghai, se introducía rápidamente en el frenético Hong Kong donde se empapaba de lo que más adelante llegaría a ser su principal inspiración. Envuelto por las interminables historias que ofrece una ciudad como esta, Wong Kar Wai empieza su carrera como director en la película As Tears Go By (1988), un thriller policiaco que no solo demostraba su capacidad narrativa de historias que se mantienen al margen de una sociedad. También era evidente la voz única que el director estaba desarrollando, influencias que van desde Scorsese hasta la Nouvelle vague francesa congeniaban en un ambiente ajeno al resto del mundo. Un Hong Kong colonizado y alienado del resto del país chino.
El siguiente largometraje del ahora hongkonés representó un cambio drástico en el estilo personal y la carrera futura de Wong Kar Wai, pues fue el primer filme en el que se vio colaborando con su mejor aliado Chirstopher Doyle. La mezcla entre el guión de Wong y la cámara de Doyle abrió las puertas a historias de una intimidad y sensualidad inmaculadas que sólo lograría replicar esta mancuerna. Days of Being Wild (1990), como el resto de las películas entre Christopher Doyle y Wong Kar Wai, es una carta de amor a la soledad y el anhelo. Una ruptura emocional de todo aquello que es inalcanzable. El primer trabajo de Leslie Cheung con el hongkonés lo encuentra atorado en paredes que se regocijan en la infamia y en la eterna búsqueda de un solo minuto que haga que todo valga la pena. Trazos de belleza que se encuentran en la absurda vitalidad del pasado.
Entre tiempos de grabación para la película Ashes of Time (1994), Wong Kar Wai y su equipo decidieron realizar el largometraje que definiría por completo el estilo del director. Nuevamente reunido con Christopher Doyle, Chunking Express (1994) es un testamento de ilusiones perdidas y vueltas a encontrar, de sueños amplificados por una impulsividad llena de esperanzas inocentes. A diferencia de otras obras de Wong, Chunking Express crea una conciliación con la soledad, no es una derrota sino más bien un suceso juvenil del que se desarrollan los propios personajes; un evento de aprendizaje y desprendimiento de la cotidianeidad. Una Faye Wong que debutaba como actriz, soñando despierta, al ritmo de California Dreamin’ —The Mamas & the Papas—, con un cambio que aplacara sus anhelos más grandes, es una imagen representativa del cine hongkonés.
La segunda mitad del cine de Wong Kar Wai se remonta más al amor. Ya sea el nacimiento de algo nuevo, la ruptura definitiva de lo vivido con alguien más o un amor suspendido y reprobado por las imprudencias del tiempo. La soledad del desamor es la que acompaña a las caras conocidas en estos filmes; Tony Leung, Maggie Cheung, Takeshi Kaneshiro, Leslie Cheung, en ellos reencarnan las historias que solo existen en la memoria de las calles vacías por la noche, alumbradas únicamente por la luz de los faros voyeristas, insensibles ya a una historia más.
Happy Together (1997), tan desoladora como lo es estilizada, es un retrato de la necesidad. Necesidad de amor y compañía, una necesidad que se olvida de la felicidad y deja de lado los sueños. Leslie Cheung y Tony Leung interpretan un amor ciego y enajenado al mundo exterior y lo reemplaza por un mundo en el que solo existen estas dos personas. Ahí, en los barrios bajos de Buenos Aires, al son del viejo tango, el amor se siente distinto y la soledad no es una opción.
En el año 2000 Wong Kar Wai presenta lo que se conocería como su obra maestra, In The Mood For Love. Aquí el discurso del director es definitivo y lo rodea una pasión desenfrenada en búsqueda del amor ajeno. Miradas sutiles, roces accidentalmente intencionales, caminos entrelazados por tiempo limitado. El deseo estremecedor en búsqueda del consuelo se desborda de los pasillos omnipresentes del Hong Kong de los sesenta. El tiempo se escurre entre los dedos como suave arena y termina con las expansiones del corazón. Dejando solo la memoria a su paso mientras el pecho se vacía, es solo el recuerdo que rellenará esos espacios construidos por las épocas pasadas.
Estos rincones rodeados de abandono son los que abrazan a los personajes en las películas de Wong Kar Wai. Los únicos que acompañan, neutrales, a las rupturas permanentes de los amores contrariados. Estas historias siempre tendrán aquella cualidad indeleble gracias a los lugares que mantienen vivos los amores en un ejercicio que inevitablemente termina en el anhelo eterno. En este firmamento, el amor convulsiona con la soledad y el espectador ejecuta el mismo trabajo que los siempre presentes edificios, carreteras, ventanas, umbrales, que presenciaron en algún momento de la historia los amores más grandes; impedidos solamente por la intransigencia de las horas.