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UN VIAJE A LA INFANCIA MEXICANA: TÓTEM DE LILA AVILÉS

Por: René Villaseñor García
Imágenes: cortesía del artista

Cuartos interminables, con paredes decoradas por pinturas de un mundo que ya no existe, rincones por descubrir. Adultos consumidos por el trajín de un cumpleaños, un padre oculto en medio de un cuarto que lo multiplica mil veces en tamaño. Estas son las imágenes que rodean a Sol —Naíma Sentíes— a sus 7 años de vida en Tótem, la última entrega de la realizadora Lila Avilés. Tal vez el guión de Tótem, como podemos observar entre lágrimas contenidas y piel de gallina al final de los créditos, va dirigido para una única persona y exclusivamente para ella, la hija de la directora. Sin embargo entre estos personajes rotos, llenos de rabia, cariño y desdén por una vida que cada uno intenta recuperar a su manera; la experiencia se torna hacia un sentimiento colectivo de una sociedad estancada en ilusión.


En 95 minutos, el guión, también escrito por Avilés, junto con la fotografía de Diego Tenorio, logra encapsular la experiencia infantil de la clase media mexicana. Casas repletas de personas desconocidas pero que brindan una especie de confort a la soledad de la niñez. Momentos que sin ninguna eventualidad específica, se albergan en la memoria de los individuos; “esos momentos que son como en los umbrales, pues son el sostén, son la belleza, es la diversión, es la caída, es la levantada, es lo que da soporte” mencionó la directora. Esta historia de reencuentro se desarrolla a través de la planeación de una fiesta de cumpleaños que también se siente como despedida. En un infantil acto de amor puro, familiares y amigos deciden festejar a Tona que sufre de una enfermedad sin cura aparente y que poco a poco ha ido agrietado los cimientos de la familia.

Las prisas de una fiesta que nadie solicitó es el resultado de una familia que se encuentra impotente, con un familiar desahuciado que los drena en distintos sentidos. La fiesta tiene que estar lista, ya no hay tiempo. Solo sobran las horas para Sol y para las pinturas que la rodean. “Te pinté esto porque, aveces las cosas que más amamos no las podemos ver siempre, pero ahí están…” le decía Tona a Sol en medio de un cuarto obscuro, alejado del festejo de su propio cumpleaños.


La fiesta termina por convertirse en un anecdotario que mira al pasado con todo el propósito de no mirar hacia el futuro. Pero la realidad acapara cada vez más espacio en la casa del abuelo. Actos que van desde un pastel interminable, la limpia del mal augurio en las paredes de la casa, las múltiples caras del festejado para todos; tan solo tapan al Sol con un dedo. El retrato naturalista que pinta Avilés es sensible, íntimo, gentil, y representa sin salir de la casa del abuelo a una cultura entera.

Tótem, el segundo largometraje de Lila Avilés, se adentra en un mundo lleno de resistencia, amor, miedo y que sin embargo, nunca deja de ser cálido.

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