MÁS ALLÁ DE LA ARMONÍA
Por: Carlos Puig
Alondra de la Parra tiene un proyecto educativo musical para niños que le emociona porque sabe que así aprenderán de disciplina, de respeto, de trabajo en equipo y serán más generosos.
La mañana que nos encontramos en la Riviera Maya, Alondra de la Parra estaba feliz. Había cumplido el sueño que comenzó hace muchos años de juntar durante unos días a grandes músicos del mundo en México para escucharlos bajo su dirección.
Y en esa felicidad había algo que la hacía sonreír aún más, que hacía que sus ojos y su cara se iluminaran: el proyecto Armonía Social por el que niños de toda la península de Yucatán pueden tener acceso a educación musical. Y en este primer festival Paax-GNP (Paax quiere decir música, en maya) veinte de esos niños participarían no solo escuchando, sino tocando al lado de los maestros de la Orquesta Imposible. El día que hablé con Alondra, no podía de la emoción.
“Armonía Social es nuestro proyecto educativo, pero ayer que estábamos, después del concierto, con toda la audiencia bailando con los mismos músicos hasta la una de la mañana, felices, había una sensación de armonía brutal. De pronto, ver que todos estamos contentos cuando tantas cosas están pasando constantemente en nuestro país, tantas cosas que nos angustian… Me gusta pensar que los artistas podemos darle un momento a la gente en el que todo eso desaparece”.
Pero ella quiere provocar más que eso. Porque como explica Alondra, la formación del programa implica otros más importantes aprendizajes. Me dijo: “Un niño en una orquesta, Carlos, es un niño que aunque nunca se dedique a las artes ya sabe de disciplina, de respeto, de trabajo en equipo, ya sabe abstraer, ya practicó, desarrolló su lado matemático, es generoso. En fin, son tantos valores que esa persona ya es diferente. Entonces la educación orquestal y la educación musical, te lo juro, tendría que ser parte fundamental de la educación, pero no para que se vuelvan, necesariamente, músicos”.
La Orquesta Imposible que engalanó el Festival es el mejor ejemplo: es una orquesta de solistas, pero que no lo son, porque se sientan a veces en la sección de segundos violines “y es otra persona cuando está sentado ahí”, dice emocionada Alondra, “y es igual de virtuoso e igual de importante, pero entiende su rol y cambia completamente esa actitud. Es lo que sabemos hacer los músicos, lo tenemos que saber hacer o no sobrevivimos. Ojalá fuese esa una cualidad que todos los niños mexicanos aprendieran, entender su parte en el equipo”.
El último día del festival, veinte niños de entre 6 y 17 años de Yucatán, Campeche y Quintana Roo se sentaron al lado de aquellos solistas de todo el mundo y tocaron con ellos.
Y sí, la armonía.
La felicidad, la de Alondra, la de la orquesta, la de todos.